La escuela, el servicio esencial escondido




En estos días todo gira en torno a la pandemia por el coronavirus. Cuarentenas, aislamientos, encierro, separaciones no buscadas, uniones no queridas, entre otras cuestiones. En este contexto afloran muchas cosas, emociones, miedos, esperanzas, actitudes solidarias y egoístas, agradecimiento e ingratitud… Lo mejor y lo peor de nosotros mismos como humanidad queda expuesto gracias a un agente invisible a la mirada del ojo humano.

Escribo estas palabras para reflexionar sobre la educación en este tiempo de excepción. Pilar fundamental de toda sociedad civilizada. Fuente de la cual los pueblos han de nutrirse para, entre otras cosas, combatir las enfermedades infecciosas, aprendiendo prácticas básicas de higiene personal y comunitaria. Es en la educación también donde recae la tarea de formar profesionales que servirán a la sociedad que los ha visto crecer.

Una vez leí por allí que en Japón los docentes son los únicos que no tienen la obligación de hacer reverencias al emperador, por la sencilla razón de que sin docentes no habría emperadores. Sin docentes tampoco podría haber médicos, enfermeros, policías, gendarmes y demás encargados de cuidarnos, curarnos y salvarnos en este trance histórico y lamentable para toda la humanidad. A estos últimos les llaman “Personal esencial” por estos lugares del hemisferio sur. Esencial, porque lo que hacen es vital para que nuestra sociedad no entre en crisis, no colapse frente a este diminuto y gigantescamente mortal virus. Es verdad que no alcanza todo el reconocimiento que podamos hacer para estas personas que están poniendo en riesgo sus vidas en la trinchera de esta guerra epidemiológica.

No obstante, lo curioso, y aquello que me lleva a pensar estas palabras, es que la educación, como siempre, quedó “cajoneada”. Escondida en el fondo del cajón de la sociedad. Al principio la gran preocupación era que “…los chicos no perdieran el año escolar…”, “…como los vamos a tener en casa…”, “…qué vamos hacer con tantas horas de encierro…”. Por otro lado, la preocupación de otros en esta primera etapa fue, “…hay que asegurarse que los docentes trabajen, que para eso se les paga…”, “…se las tendrán que ingeniar para...
...que los estudiantes se mantengan entretenidos haciendo tareas y actividades en sus casas…”, “…si total con un videíto y unas preguntitas está…”. Y así comenzó la historia de la tragedia educativa en esta pandemia, continuación de una tragedia más grande.

Pareciera que el covid 19 además de generar incontables infectados y muertos a lo largo y ancho del planeta, junto con todo lo que ello implica, nos está desnudando como humanidad, como sociedad, como instituciones, como familias y como individuos. La monotonía del tedio monocorde del pasar de los días va generando su erosión pausada, paciente pero efectiva. El baile trágico comenzó con las caretas de siempre, y lentamente estas máscaras se van cayendo.

Para los Estados la escuela es la última de las preocupaciones. Es lógico que no sea la primera, en este momento la prioridad es la salud, tampoco la segunda, ese lugar le corresponde a la seguridad, tampoco la tercera, está bien, esta puede ser la economía, y tampoco la cuarta… y la quinta… y le tocó la última. La escuela es siempre la última. Dejaron a los padres contentos porque los chicos están ocupados y los docentes están trabajando, fin de la historia para los gobiernos. Obviamente todo enmascarado en “…vamos a asegurar que todos aprendan…”, “…estamos analizando la extensión del ciclo lectivo…”, “…hemos producido variados materiales para acompañar el trabajo desde los hogares…” y nos siguen mintiendo. Pero no importa, porque muchos padres y docentes están cómodos con la mentira. Y los gobiernos no se dan cuenta que la escuela es la primera línea de contacto del Estado con la sociedad. Que se las arreglen ellos, piensan.   


Para muchos padres lo importante es que la “guardería” siga funcionando. Como ya no los podían entretener en el espacio físico llamado escuela, el Estado y los docentes tenían que encontrarle la vuelta para que los chicos no se aburran. Porque lo importante de todo esto es que no se “aburran” y no que se queden “burros” si se me permite el juego de palabras. No comprenden que las ideas más grandes de la humanidad son fruto del aburrimiento.

¡Pero qué problema cuando las actividades y tareas comenzaron a llegar y los progenitores se dieron cuenta que la tarea docente no es sólo un videíto y unas preguntitas! ¡Terrible eso de sentarse al lado de un niño o un adolescente, inquieto, disperso! Ni que fueran sus hijos. Pensar que el docente lo hace con cuarenta al mismo tiempo y con doscientos al día en el mejor de los casos para el secundario. En fin, cuando se vio que lo de las actividades era un problema, muchos padres comenzaron a quejarse por las tareas, “…son demasiadas…”, “…no tenemos tiempo…”, “…no podemos ayudarles…”, “…no hemos sido formados para eso…”. ¡Ups! Algunos se acordaron que los docentes son profesionales. Sin embargo, para muchas familias, justo es decirlo, está siendo un tiempo de conocimiento y encuentro, de reconocimiento y de reencuentro entre sus miembros.

Por otra parte, para muchos docentes está siendo un periodo de mucho trabajo creativo, de pensar y repensar nuevas formas de trabajar aprendizajes con la dificultad de la distancia. Tiempo de corregir hasta altas horas, como siempre, pero frente a una computadora. De pasar horas y horas reuniendo material para resignificarlo y ofrecérselo a sus estudiantes. La mayoría de los docentes sigue pensando en sus estudiantes. Y es que a los docentes nos traiciona la vocación. Siempre fue así. No importa cuánto reneguemos en el aula, cuanto nos maltraten la sociedad, los padres y el Estado, nosotros seguimos pensando preocupados en que a nuestros estudiantes no les falte nada y puedan aprender lo que queremos compartir con ellos.

Esto no significa que entre los docentes todo sea perfecto. Nada más lejos de la realidad. Tras el decorado educativo también se están exponiendo las miserias humanas, y como en el resto de la humanidad esto parece un carnaval. Quedan expuestas las falencias de formación, la escasa capacitación, sobre todo en el uso de herramientas digitales, la carencia de criterio, la falta de organización, y la ausencia de diálogo con colegas, entre otras tantas miserias. Del covid desenmascarador no se salva nadie.

Volviendo a la motivación de estas palabras, la escuela, con sus marchas y contramarchas, con sus virtudes y defectos, continua funcionando. ¿Será entonces que es un servicio esencial? Pero nadie lo considera así. El circo mediático una y otra vez produce y reproduce halagos y alabanzas a los servicios esenciales, entre los que se incluyen ellos mismos con un “autobombo” onanista espectacular. Pero la educación… eso por lo que supuestamente pasaron y pasamos todos, quedó como decía al principio, relegado al fondo del cajón. Y tal vez el error y la culpa ha sido nuestra, de los docentes, que no supimos enseñar el valor de la educación entre todo lo que transmitimos.

Sin embargo, a la sombra de las pantallas, ignorando muchas veces las agujas del reloj y los tiempos del hogar, las seños y los profes siguen trabajando por vocación. Pues que la vocación se los pague dirán algunos. Así están planteadas las reglas de juego en esta sociedad donde la actividad de un artista o un futbolista vale muchísimo más que la tarea resultante de muchos años de formación de un médico, de un docente o cualquier otro profesional.

Lo llamativo, y profundamente triste, es que algunos recién se están dando cuenta que la educación es esencialmente contacto, relación de dos personas mediadas y reunidas por un aprendizaje. Por lo tanto, la escuela como espacio, como contexto de aprendizaje, y el docente como agente educador, son irreemplazables. Otros están descubriendo que la escuela, entre otras tantas cosas, ordena la vida de los niños y jóvenes dándoles horarios, responsabilidades, además de aprendizajes y valores.

El tiempo pasará. La cortina volverá a caer, se cerrará el telón y la obra seguirá... saldremos de esta cuarentena, de este aislamiento, y pasaremos este tiempo. Ojalá sin demasiadas pérdidas. Y todo volverá a la normalidad. ¿Y qué será normal para entonces? ¿Habremos aprendido algo como sociedad? ¿Seguiremos “cajoneando” la educación? Hasta que no valoremos todos la importancia de la escuela y cambiemos las “reglas de juego” de nuestra cultura seguiremos olvidando a los maestros. Pero qué importa si total ellos van a seguir trabajando porque tienen vocación.

Ya que pedimos tantas veces justicia por tantas cosas, estaría bueno pedir también justicia por la educación, que está escondida, invisibilidad por otras prioridades, por llamarlas de alguna manera. Quedémonos con lo mejor de la humanidad que está mostrándose en estos días, ayudémosle a crecer y corrijamos de una vez por todas lo peor. 

Por último, mi más sincero y profundo agradecimiento a todos los profesionales y auxiliares de la salud y a todos los que de una u otra forma nos están cuidando para que esta pandemia pase sin hacer demasiado daño. Y no olvidemos esto, nunca dejemos de pensar.  

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