El amanecer de una nueva época: la Modernidad

[Texto tomado del libro: "RODRIGUEZ BARRACO, A. (2014). El Juego de Filosofar. Una introducción a la reflexión filosófica. Córdoba, Argentina: Copiar. pp. 183-202"].

Filósofo en meditación - Rembrandt (1632).
Alrededor de los siglos XV y XVI se fueron sucediendo hechos que cambiarían el mundo radicalmente para siempre abriendo camino al surgimiento de un nuevo período histórico, a saber, la modernidad. Entre estos hechos fundamentales encontramos, ante todo, el descubrimiento de América en el año 1492, ubicando a Europa como punto de referencia en el centro del mundo conocido. Esto no sólo cambió los mapas y la geografía de aquel entonces, sino que alteró el modo en que las personas veían y entendían el mundo. A su vez, unos años antes, en 1453, había caído el último bastión del imperio romano, la ciudad de Constantinopla, en manos del imperio otomano. Otro hecho significativo fue la ruptura casi definitiva de la relación entre la fe y la razón, al menos en muchos de los ámbitos académicos. Si bien la separación entre fe y razón, teología y filosofía, fue progresiva y paulatina ya a comienzos de la modernidad, siglo XIII aproximadamente, ya era un hecho irrefutable, al menos en el ámbito teórico. Los conflictos producidos a partir de esta separación junto con cuestiones políticas y religiosas dieron lugar a uno de los más grandes cismas de la cristiandad, la Reforma protestante. 

Con la independencia de la razón con respecto a la fe comenzó una nueva etapa en el conocimiento de la humanidad. Es precisamente en esta época cuando surge la denominada ciencia moderna fundamentada en la observación y la experimentación y no ya en argumentos de autoridad o el sentido común. La humanidad pierde, en alguna medida, el horizonte de comprensión religioso que había sostenido una cosmovisión durante casi mil años, fundamento que es preciso reemplazar por otro. Hasta la edad moderna eran las imágenes de Dios y lo religioso las que fundamentaban lo moral, lo político, lo cultural y lo social, entre otros ámbitos. El comienzo y desarrollo de la modernidad significó la disolución y pérdida de las categorías metafísico-religiosas vigentes hasta ese momento. (Ortiz, 2011: 45, 106, 138) Uno de los intentos por darle sentido a la realidad fue la recuperación de los ideales antiguos y la vuelta al hombre expresados en el renacimiento y el humanismo. Ahora bien, sin Dios el hombre se queda solo consigo mismo y es, entonces, cuando surge la noción de sujeto. 
En síntesis, la modernidad es una época caracterizada por la autoafirmación de la razón y podemos rastrear sus orígenes a partir de diferentes hechos históricos entre los cuales podemos nombrar el descubrimiento del «nuevo» mundo, América, el nacimiento de la ciencia empírica, el sujeto moderno, la Reforma protestante, la creación de los Estados modernos y el surgimiento y consolidación del capitalismo. (Habermas, 2008: 28; Ortiz, 2011: 176-177). Los tiempos modernos están caracterizados por una pérdida de los fundamentos metafísicos y religiosos tanto de los conocimientos como de las acciones, a la vez que por una nueva forma de comprender y explicar la realidad que se le aparece al hombre como carente de bienes y escasa de sentido. (Ortiz, 2011: 184). En definitiva, la realidad se le presenta al sujeto moderno como posibilidad y como tarea.

Como queda claro a partir de lo que hemos dicho hasta ahora, la modernidad fue un tiempo signado por profundos cambios. Es la época de los grandes descubrimientos y las grandes invenciones. Desde la brújula, la imprenta y el papel hasta el Estado-nación, la escuela, la universidad, aunque se venía gestando desde finales de la edad media, aproximadamente desde el siglo X, la economía, y todas las demás instituciones que aún perduran en nuestros días. Veamos, entonces, con más detalles algunos de estos hechos significativos que dieron lugar al...
...surgimiento de esta época tan fructífera y conflictiva para la humanidad.


1. El descubrimiento de América

En el año 1492, fecha en que también fueron expulsados hasta el último «moro» o musulmán de la península Ibérica, un emprendedor audaz, natural de Génova, llamado Cristóforo Colombo, firmó un acuerdo con los Reyes católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, y zarpó hacia occidente en busca de las Indias orientales. La motivación para no utilizar las rutas marítimas conocidas de la época y el apoyo de semejante empresa por parte de los monarcas españoles fue la presencia musulmana que bloqueaba el paso hacia oriente impidiendo el comercio entre Europa y las riquezas asiáticas. Por tanto la principal causa del viaje de Cristóbal Colón, como se lo conoce en español a este intrépido viajero, fue económica. Considerando que la tierra era redonda, como ya lo habían descubierto los antiguos griegos, Colón creyó que navegando hacia occidente llegaría tarde o temprano a la India. Eratóstenes, matemático, astrónomo y geógrafo griego había medido la circunferencia de la Tierra, utilizando una estaca enterrada en el suelo y la sombra que esta producía, con un margen de error menor al 1% con lo cual queda demostrado que en la antigüedad ya se sabía que la Tierra era redonda y hasta cuanto media aproximadamente. 
Pues bien, Colón debía ignorar cuál era la medida exacta sino, seguramente, no hubiera emprendido semejante viaje, sobre todo desconociendo que se toparía con una inmensa extensión de tierra en medio de su camino. No obstante, él y su tripulación llegaron a una tierras hasta entonces ignotas por los europeos, tierras que más tarde serían agregadas a los mapas y cartas de navegación con el nombre, unilateralmente impuesto, de América en honor al navegante florentino Américo Vespucio (1454-1512), quien fuera el primer europeo en darse cuenta de que las tierras con las que se había encontrado Colón era un continente desconocido y por lo tanto nuevo para Europa. Algunos de los nombres con los que eran denominadas estas tierras por parte de los nativos, antes de la llegada de los europeos, fueron «Abya Yala» y «Cem Anahuac».


2. La Reforma protestante

Otro elemento importante que debemos tener en cuenta a la hora de intentar comprender los orígenes de la edad moderna es la llamada Reforma protestante comenzada por el monje agustino Martín Lutero (1483-1546) a principios del siglo XVI, que terminó en la separación definitiva de la Iglesia Católica, trayendo consigo problemas políticos, sociales y económicos que en innumerables oportunidades desembocaron en conflictos armados y guerras de religión.  Luego de la reforma luterana se produjo la reforma calvinista, de la mano de Johan Calvino (1509-1564), y la reforma anglicana o inglesa por parte del rey Enrique VIII (1491-1547).

El hecho que marcó el inicio de semejante desgarro histórico de la civilización occidental y del cristianismo ocurrió en 1517 cuando fueron clavadas en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg las 95 tesis que condenaban, entre otras cosas, la corrupción y la venta de indulgencias por parte de la Iglesia católica. Dichas tesis fueron escritas por Lutero y dieron comienzo a algo por él mismo impensado. Uno de los elementos fundamentales que facilitó la expresión de sus ideas fue la reciente invención de la imprenta por Johannes Gutenberg (1398-1468), inventor de los tipos móviles, que le permitió al ferviente reformador, no solo elaborar panfletos con su pensamiento sino también editar la primera biblia en lengua vernácula, es decir, traducida a la lengua que hablaba el pueblo, en este caso el alemán. El Papa León X excomulgó a Lutero por sus errores teológicos el 3 de enero de 1521, cuestión que no analizaremos aquí ya que solo nos interesa el impacto de algunas de sus ideas para la comprensión de la edad moderna.

Para entender la Reforma debemos comprender el alcance de las consecuencias que tuvo la conflictiva separación de la fe y la razón durante la baja edad media y el comienzo de la modernidad. Según Lutero el centro de la vida del hombre se encuentra no ya en Dios, como en la edad media, sino en el mismo hombre. De esta manera, toda regla exterior, toda norma, le suena al hombre como una violación insoportable de su más íntima libertad. El cristiano es, sobre todas las cosas, libre de interpretar las Sagradas Escrituras independientemente de las enseñanzas de la Iglesia. En consecuencia, la autoridad de la Iglesia y de su jefe máximo, el Papa, son cuestionados al igual que la tradición y el magisterio. Se cambia la noción de persona por la de individuo, entendiendo a este último como un ser más en esta tierra, sin distinguirse de las bestias y las plantas. 

Al ser considerado como individuo en lugar de persona, se estima en el hombre una primacía de la voluntad por sobre la inteligencia, por tanto, será más importante la fe y no todo el cuerpo teórico que ha sido producido en torno a ella. El mismísimo Lutero ataca directamente y en reiteradas ocasiones a la razón. El hombre debe creer sin más. La razón, según el reformador, sólo tiene una utilidad práctica, basta solo con creer, ya que, de todas maneras la suerte de cada uno ya está echada y solo Dios sabe quién se salvará y quién no al final de los tiempos. Queda claro, por tanto, que la razón no sólo es incompatible con la fe sino que es además contraria y nociva para ella. El creyente ha de creer ciegamente, debe confiar en Dios y desconfiar de la luz de la razón que puede hacerle ver o cuestionarse cosas que no debería, cosas que lo harían dudar y apartarse del recto camino. 

Supuesto esto, si la razón sirve únicamente a propósitos prácticos, en última instancia a la vida cotidiana en su dimensión operativa, las obras pasan a tener, junto con la razón, un lugar secundario. Lo único que importa es, como ya mencionamos, la fe. San Pablo decía que la fe sin obras era una fe vacía, Lutero dirá, en cambio, que las obras son innecesarias, ya que solo basta con la fe, y a veces ni siquiera.   

Resumiendo, podríamos decir que la Reforma protestante impulsada por Lutero tenía principalmente dos postulados. En primer lugar, el primado de la voluntad por sobre la inteligencia, y en segundo lugar, la idea del mal radical. Esta última consiste en afirmar que el hombre es malo por naturaleza. El hombre, luego del pecado original, ha caído, se ha apartado de la gracia divina y por esto hablamos de la naturaleza caída del hombre. Ahora bien, no depende del hombre el volver a ese estado de gracia y mucho menos librarse de ese estado de naturaleza caída, ya que esta condición es heredada de generación en generación. Ni siquiera la encarnación del Hijo de Dios pudo revertir, según Lutero, esta condición. La única salvación posible para el hombre viene directamente de Dios y lo que el hombre haga o deje de hacer no tiene la menor importancia para su salvación, de allí que para Lutero las obras no fuesen importantes. Algunos protestantes hablan también, a partir de esto, de cierta predestinación. Por tanto, la idea del mal radical podríamos describirla en pocas palabras como un pesimismo frente a la naturaleza humana. 

La idea clave para entender el proceso moderno es el concepto de autonomía. Autonomía que fue primero de la fe y luego de la razón, en otras palabras de la interioridad. Luego fue autonomía de acción, jurídica y moral, aunque esta última ya había sido esbozada e introducida con la autonomía planteada por la fe en la Reforma protestante. En síntesis, fue una autonomía de la exterioridad. 


3. Humanismo y renacimiento 

El Humanismo y el renacimiento son dos movimientos, podríamos decir culturales, producidos en Europa alrededor de los siglos XV-XVI, teniendo como principio fundamental la revalorización y reubicación del hombre en el universo. El humanista era aquel hombre que se dedicaba al estudio de las artes liberales en contraposición a los estudios profesionales tales como el derecho. Ponía su atención en la historia, la poesía, la retórica, la gramática y la filosofía, más que nada la filosofía moral. En alguna medida, el Humanismo consiste en el autodescubrimiento del hombre o la toma de conciencia de sí mismo, independientemente de cualquier otra cosa u otro distinto de él mismo. Este movimiento se caracterizó por una exaltación del hombre a diferencia de lo acontecido en la edad media en donde la figura central era Dios y la Iglesia, por esto se le llama como se le llama. En definitiva, el Humanismo procede a poner en el centro de la escena y en el corazón de toda reflexión al hombre o a un ideal de hombre.

El Renacimiento, como su mismo nombre lo indica, se caracterizó por la recuperación de los ideales de la antigüedad clásica, más precisamente, de la cultura grecorromana antes de la llegada del cristianismo, aunque conservando y desarrollando aquellas características propias de la época, tales como la autoconciencia de sí del hombre y su capacidad para crear cosas como el Estado, la política, el arte y la ciencia junto a todos los nuevos inventos que la acompañaron. Otro rasgo importante del Renacimiento fue el deseo de dominio de la naturaleza y del conocimiento necesario para llevarlo a cabo. Este regreso a lo antiguo, esta recuperación y conservación de importantes obras clásicas no sólo en el ámbito literario y filosófico, sino también en el arte y la arquitectura, todas obras que condensaban ideales pasados, fue motivado por la crisis de sentido reinante en una época marcada por profundos cambios. Una época de sueños, ideales y grandes utopías como la de Thomas More, Tommaso Campanella y Francis Bacon. «…si se quisiera resumir en una frase la mentalidad del Renacimiento, yo propondría la fórmula: todo es posible (sic)». (Koyré, 2000: 43) Y esto comprende no solo la ciencia sino también la magia y la superstición. De allí la contracara de esta época, la inquisición y la caza de brujas. La modernidad surgirá como un intento por dar sentido a aquello que lo ha perdido, a subsanar una profunda crisis cultural y no todos los intentos fueron racionales como la misma historia lo atestigua. No obstante no ahondaremos en semejante cuestión que nos distraería de nuestro propósito principal, a saber, la comprensión de los orígenes de la modernidad filosófica. 
Entre los personajes más importantes y conocidos del Humanismo y del Renacimiento podemos encontrar a Nicolás Maquiavelo (1469-1527), Cesar Borgia (1475-1507), Thomas More o Tomás Moro (1478-1535), y Michel de Montaigne (1533-1592) como exponentes de la política humanista y renacentista. Luego tenemos, también, a Dante Alighieri (1265-1321), Giovanni Boccaccio (1313-1375), Miguel de Cervantes (1547-1616), y William Shakespeare (1564-1616) como representantes del Humanismo y Renacimiento literario. En cuanto al arte y arquitectura humanista y renacentista hallamos a Filippo Brunelleschi (1377-1446), Donato d’Angelo Bramante (1444-1502), Sandro Botticelli (1445-1510), Leonardo Da Vinci (1452-1519), y a Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564). Y por último, como autoridades de la ciencia humanista y renacentista a Nicolás Copérnico (1473-1543), Francis Bacon (1561-1626), Galileo Galilei (1564-1642), y a Johannes Kepler (1571-1630). Estos son solo algunos de los hombres que, cada uno desde su especialidad, renovaron, pensaron y construyeron el mundo moderno que heredamos hasta nuestro presente.   


4. El Sujeto moderno

El principal elemento que necesitamos para poder comprender cabalmente la modernidad, la época de la Ilustración y la diosa razón no es otro que el sujeto moderno. La noción de sujeto es algo propio de la edad moderna. Podríamos decir que su surgimiento está determinado por la ruptura de la filosofía y de la nueva ciencia con la filosofía escolástica y la teología medieval. Proceso que marcaría el desarrollo de la ciencia y la filosofía hasta nuestros días. 

Volviendo a los orígenes de este conflicto, deberíamos remontarnos hasta la baja edad media, estudio que llevaría un libro aparte. Por tanto, conformémonos con decir que, al exaltarse la razón por sobre la fe, y al buscar entender la realidad solo con los ojos de la razón, esta última se fue autonomizándose, en otras palabras, independizándose de la fe que había reinado por sobre la inteligencia en la edad media. En el medioevo la razón estaba al servicio de la fe, al igual que la filosofía era considerada esclava de la teología en el sentido de instrumento a su servicio. Aquí es aproximadamente cuando surge una noción de sujeto autónomo sin un Dios ni una teología que le ordene qué hacer y que le diga qué está bien y qué está mal, y qué es verdadero y qué falso, legitimando el conocimiento y los criterios de relación entre los hombres. Todo debía hacerse de nuevo, todo lo que hasta ese momento había sido considerado de una manera determinada bajo los ojos de la fe, ahora debía ser revisado y reformulado por la mirada de la razón, más allá de las supersticiones y las creencias. De alguna manera este sujeto, frente a la ausencia de Dios, y a la falta de legitimidad de la religión, por pertenecer al ámbito de las creencias, ocupa y reemplaza su lugar. 

Nada de esto hubiera sido posible sin la aparición de la noción de sujeto en contraposición a la de creatura, fruto de la separación entre filosofía y teología, razón y fe. Este cambio de paradigma posibilitó tanto el desarrollo de nuevas filosofías como el avance de la ciencia empírica. Si el orden del mundo humano no descansa en un orden sobrehumano, sino que surge de la sola voluntad humana, no hay seguridad filosófica ni teológica para ese orden. El hombre, entonces, puede convencerse a sí mismo de su capacidad para ordenar su mundo solo en virtud de su actividad ordenadora. (Strauss, 2006: 150-151) Fruto de esta autonomía del sujeto moderno y, por lo tanto, de su razón, encontramos la posibilidad, no solo del desarrollo de la ciencia empírica como un entramado de razones que intentan comprender y explicar el mundo fenoménico y como una crítica de todo conocimiento previo acuñado acríticamente, sino también la posibilidad de la Reforma Protestante como un cuestionamiento a los depósitos de sentido, entre los cuales se encuentra la moral, entendidos como necesarios y absolutos, y al mismo tiempo a la concentración de poder, no solo en materia de doctrina sino también de poder político detentado por Roma. De esta forma, las instituciones reinantes entraron en crisis para dar lugar al surgimiento de nuevas instituciones, que se construyeron no ya sobre el hombre considerado como ser creado, sino sobre el hombre considerado como sujeto o como ciudadano. 

El surgimiento del capitalismo con nociones tales como la de propiedad, producción y capital, centró aún más al sujeto sobre sí mismo en función de la concentración de poder y riquezas a través de la dominación y transformación de la realidad por medio de los procesos de producción, otorgándole gran valor al cálculo, al orden, a la utilidad, la eficiencia, el éxito, la productividad y la ganancia (Ortiz, 2011: 47). La dominación no se produjo solo en lo referente a lo natural sino también a las relaciones con los demás sujetos considerándolos como meros instrumentos productores de cosas. (Honneth, 2007: 25-27). Lo social dejó de ser, entonces, lugar de encuentro y conversación para ser mercado, un lugar de comercio. La competencia se convirtió en un valor fundamental y el egoísmo una característica elemental del sujeto moderno. Y fueron, y continúan siendo, los intereses del mercado sobre los intereses políticos los que guían el desarrollo de la tecnología en vistas a la transformación y dominación del mundo y de las relaciones humanas, generando una multiplicación de posibilidades de elección junto con su correspondiente vaciamiento de sentido y, por lo tanto, de la subjetividad. (Habermas, 2008: 50, 238; Ortiz, 2011: 180-181). 

Hagamos una aclaración antes de pasar al próximo tema. Normalmente asociamos la noción de sujeto moderno al ámbito gnoseológico, creyendo que éste es el único ámbito del mismo. No debemos olvidar, por tanto, al sujeto moral, al sujeto político y al estético, entre otros. 


5. La ciencia moderna

Las riquezas obtenidas a partir del descubrimiento de América, junto con la ampliación de los horizontes y el cambio de la concepción del mundo, fueron generando un profundo cuestionamiento de todo lo conocido hasta el momento. Se fueron dando, además, grandes descubrimientos. Alrededor del siglo XIII llega a Europa desde Asia la pólvora traída por los árabes. Es en Europa en donde se desarrolla y perfecciona su uso, no sólo para fuegos artificiales sino también, y principalmente, para la producción de armas de fuego. Los árabes ya la usaban para impulsar proyectiles en la península ibérica alrededor de 1350. En esta misma época llega también desde Asia la brújula que posibilitará la navegación más allá de las costas y el papel que revolucionará, junto con la invención de la imprenta, la conservación, reproducción y transmisión cultural a través de un nuevo invento, esta vez netamente europeo, a saber, el libro. Si bien el libro es anterior a la llegada del papel a Europa, fue este soporte el que posibilitó la producción masiva de los volúmenes que anteriormente eran copiados por monjes sobre pergaminos que, recordemos, están elaborados con pieles de animales tratadas. 

A finales del siglo XVI, más precisamente en 1590, Zacharias Janssen, natural de los Países Bajos, inventó el microscopio compuesto que posibilitó la observación de un nuevo mundo invisible hasta ese entonces por el ojo humano desnudo. Unos cuantos años después, en 1608, Hans Lippershey, holandés al igual que Janssen, creó el telescopio que abrió a los hombres un nuevo mundo acercando aquello que desde la antigüedad los hombres contemplaban en el cielo. No obstante, fue en 1609 que el italiano Galileo Galilei utilizó por primera vez un telescopio para observar la luna y elaborar ilustraciones sobre sus distintas fases y su topografía. Observó también los anillos de Saturno, las manchas solares, y descubrió cuatro satélites de Júpiter. A partir de las observaciones realizadas y de su lectura de la teoría de Nicolás Copérnico (1473-1543) refutó la teoría Geocéntrica de Ptolomeo (Siglo II) fundamentada por la Iglesia católica a partir de la recepción que hizo Santo Tomás de Aquino de la filosofía aristotélica, y corroboró la teoría Heliocéntrica. Esto le trajo numerosas dificultades con las autoridades de la Iglesia quienes el 21 de junio de 1633 lo obligaron a abjurar de sus ideas y lo condenaron a prisión domiciliaria de por vida, corriendo mejor suerte que otros pensadores de la época como Giordano Bruno que fue quemado en Campo dei Fiori, Roma, en 1600. Recién en 1992 la Iglesia revisaría, de alguna manera, el «caso» Galileo.

Paralelamente, en 1609  Johannes Kepler formuló las «Leyes sobre el movimiento de los planetas alrededor del sol». La principal innovación consistió en la afirmación de que los movimientos planetarios no son circulares, como se pensaba, cuestión que hacía necesaria la multiplicación de epiciclos, sino elípticos. 

Isaac Newton publicó en 1687 su obra Philosophiae naturalis principia mathematica, es decir, Principios matemáticos de la filosofía natural, en la que expuso la «Ley de gravitación universal», vulgarmente conocida como ley de gravedad, con la cual estableció los fundamentos de la física moderna y la mecánica clásica, superando la física euclidiana que había regido desde el siglo III a.C. hasta esa época. La física newtoniana permanecerá plenamente en vigencia hasta finales del siglo XIX y principios del XX con la revolución cuántica y las teorías de la Relatividad general y la Relatividad especial formuladas por Albert Einstein.

El mundo siguió ampliándose, entonces, no sólo se agregaron continentes a los mapas, sino que se descubrió un nuevo mundo microscópico y otro macroscópico que escapaban y escapan a nuestros sentidos si no fuera por los instrumentos que nos asisten. De esta forma, nuestros sentidos son cuestionados ya que no son absolutos como creíamos sino que son limitados. El hombre comienza a dudar de todo, del mundo que lo rodea y principalmente de sí mismo, encerrándose, o mejor dicho aun, quedando encerrado en su interioridad, a partir de la cual comenzará a ensayar explicaciones sobre el mundo, su mundo, y los otros. 

La ciencia comenzó a cambiar. En esta época de cambios es cuando nace la ciencia como la conocemos hoy, y el conocimiento humano se ve alterado, necesita repensarse, necesita fundamentarse. Ya no hay nada más que la razón para fundamentar el conocimiento humano ya que la fe y la razón se han separado. La teología ha sido rechazada por arrogarse una pretensión de verdad absoluta, la filosofía es apartada por su relación con la teología y surge para el hombre una nueva era, la era de la razón, y no de cualquier razón, sino la de la ciencia. La ciencia necesitará de la fundamentación filosófica y la filosofía se adaptara rápidamente a esto, mientras que la teología seguirá su camino hasta nuestros días donde tratará de entrar en contacto con la ciencia y con la filosofía. Así es que los órdenes clásicos se vieron alterados. En la edad media la teología encabezaba los saberes seguida por la filosofía y la ciencia, ahora en la modernidad, la ciencia se erige como el saber supremo y la teología y la filosofía pasan a segundo plano. 

Como mencionamos anteriormente, el elemento central de la modernidad es la aparición de un nuevo actor, el sujeto, cuya principal característica es la autonomía, es decir, la capacidad autorreferencial de poder no solo gobernarse a sí mismo sino también justificar dicho gobierno. En el ámbito del conocimiento esta nueva forma de justificación tendrá sus consecuencias. Los saberes, tanto filosóficos como científicos, deberán ser y serán justificados no ya desde el principio de autoridad o de verdad revelada, o a partir de una visión realista ingenua de la realidad, sino por medio de un análisis crítico del sujeto a partir de la observación y la experimentación. 
     La experimentación consiste en interrogar metódicamente a la naturaleza; esta interrogación presupone e implica un lenguaje (sic) en el que formular las preguntas, así como un diccionario que nos permita leer e interpretar las respuestas». (Koyré, 2000: 153) 

De la cita precedente podemos deducir que es necesario un lenguaje que permita comprender a la vez que justificar los conocimientos obtenidos mediante la experimentación. Y el lenguaje elegido para esto no fue otro que el matemático, como veremos en el capítulo sobre epistemología.  


6. El nacimiento de los Estados modernos

Luego de la concentración de la población en las ciudades, el aumento del poder de la nobleza y el nacimiento de la burguesía, los monarcas se vieron obligados a buscar los medios necesarios para afianzar su poder. La forma que encontraron para lograr esto fue, en primer lugar, la unificación territorial por medio de distintos métodos, los más importantes fueron las uniones matrimoniales o las guerras, por lo que fue necesario, para esto último, la creación de ejércitos permanentes que sirvieran al rey para conquistar nuevos territorios y para defender lo conquistado. A su vez, fue necesario el desarrollo de la diplomacia para establecer relaciones ventajosas con otros monarcas. De esta manera, fue surgiendo paulatinamente el Estado moderno y algunos de los límites territoriales que hoy conocemos. Recién en el siglo XVI se consolidaron las primeras grandes monarquías, la española, la francesa y la inglesa y para el siglo XVII ya se comenzarían a observar las primeras crisis institucionales de tales formas de gobierno, primero en Inglaterra, con la revolución inglesa llevada a cabo por Oliver Cromwell (1599-1658) durante los años de 1640 a 1660, con el procesamiento y la decapitación del rey Carlos I, y luego en Francia, con la conocida revolución francesa de 1789, que incluyó la decapitación de los reyes Luis XVI y María Antonieta por medio de un invento, también francés, la guillotina, en 1793. La monarquía inglesa sería reestablecida, con algunas modificaciones sustanciales, antes de la llegada del siglo XVIII, mientras que la monarquía francesa dejaría de existir para siempre, dando lugar a la república, haciendo la salvedad del período imperial de Napoleón Bonaparte. Pero esa es otra historia. Un antecedente interesante de la revolución francesa, además de la revolución inglesa, fue la revolución norteamericana y la declaración de su independencia del imperio británico el 4 de julio de 1776. Todos estos hechos combinados, sumados a otros factores que no detallaremos aquí, desatarían una reacción en cadena independentista en toda América, cuestión que abordaremos en el punto VI.7. 

La creación de los Estados modernos fue la consecuencia necesaria de la pérdida de legitimidad del poder de los monarcas. Las monarquías apelaban al origen divino de su poder con la prerrogativa de representantes de la divinidad en este mundo hasta las revoluciones inglesa y francesa, que trocaron la legitimidad otorgada por el vicario de Cristo, representante de Dios en la tierra, el Papa, por la noción de pacto o contrato entre hombres libres. (Ortiz, 2011:179).

Otro de los factores detonantes del nacimiento de los Estados modernos fue la concentración de la propiedad rural en manos de unos pocos nobles los cuales vivían ya en las grandes ciudades a costa de los impuestos que recaudaban de los campesinos que trabajaban sus campos. Queda claro que la economía europea, fundamental para el nacimiento del Estado moderno, había cambiado. Si bien ya existían ciertos instrumentos económicos fundamentales del capitalismo a finales de la edad media, se perfeccionaron y consolidaron algunos tales como la banca, nacida por la acumulación de capitales, el crédito y con este el interés, la contabilidad con los libros contables y las cartas de pagos y letras de cambio. 

Se hizo necesaria, entonces, la expansión y el crecimiento, la relación con otras culturas, con otras tierras. El comercio y la economía se transformaron en el motor del progreso económico, político y social. Como ya vimos, el descubrimiento de América surgió a partir de esto y sirvió, al mismo tiempo, de retroalimentación para dicho proceso de transformación. El nuevo mundo fue fundamental para el crecimiento y la consolidación de los Estados modernos europeos que luego serían las Naciones modernas. 




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