Gottfried Wilhelm von Leibniz (1646-1716)

Filósofo racionalista alemán nacido en Leipzig el 1 de julio de 1646. Fue hijo de un jurista y profesor de filosofía moral. Se lo conoce además de por su importante lugar en la historia de la filosofía, por haber descubierto el Cálculo infinitesimal y el sistema binario. A su vez fue el inventor de la primera calculadora mecánica capaz de operar las cuatro operaciones aritméticas básicas. Falleció el 14 de noviembre de 1716 en Hannover. 

Siguiendo la línea racionalista moderna va a afirmar que, para que un juicio sea absolutamente cierto, deberá existir una absoluta conformidad de la idea con la cosa. De esta forma, las ideas claras y distintas para este autor serán aquellas que surgen de un juicio de identidad, principio fundamental de la modernidad, a saber, que el sujeto sea igual al predicado (S = P). Este tipo de juicio responderá entonces a una “Razón suficiente”. 

La “Razón suficiente” es aquella razón última que explica lo que la cosa es; es la razón de por qué acontece o es lo que acontece o es. Nada es sin que haya una razón que la haga ser, eliminando así toda contingencia, sumergiendo al sujeto y a la realidad a la mera necesidad. 

Para Leibniz Dios es el creador que conoce todo perfectamente. En otras palabras, todo conocimiento se reduce para Dios a un juicio de necesidad o identidad. En contraposición a este conocimiento perfecto, encontramos el conocimiento del hombre de tipo restringido ya que la ciencia humana no es capaz de reducir todo conocimiento a juicios de identidad sino a juicios contingentes. De allí que para el hombre sea importante, no ya el principio de identidad propio del conocimiento de Dios, sino el principio de Razón suficiente propio de las verdades contingentes más adecuadas a la capacidad del hombre.

Conocer necesariamente es conocer la cosa en su esencia, es decir, todo lo que la cosa es, todo el predicado que está contenido en la cosa. Nada sucede sin razón, sin un por qué, todo sucede necesariamente. La causa de algo es su razón, su inteligibilidad esencial. Por esto la importancia de descubrir la necesidad de lo que acontece para poder conocer más perfectamente. 

Dios es el que todo lo entiende suficientemente (perfecta y necesariamente). La Razón suficiente se halla fuera de las cosas contingentes. Su búsqueda es la pregunta sobre la base fundamental de todo. Detrás de la Razón suficiente se encuentra la razón final que no es otro que Dios. 

Ahora bien, los griegos ya se lo habían preguntado y Leibniz vuelve a repetir la pregunta: ¿Por qué hay algo en vez de nada? Recuperando el Argumento Ontológico de la existencia de Dios este autor dirá que Dios contiene todas las perfecciones que hay en las sustancias derivadas. Dios es perfecto, y por ser perfecto necesariamente debe existir. Una de las consecuencias de esta perfección será la elección que este ser superior ha hecho del mejor mundo posible entre...
...todos los mundos posibles. Y si es el mejor elegido por Dios, necesariamente deberá existir, ya que, si no existiera, no sería el mejor mundo de todos los posibles. 

Según Leibniz, los criterios de verdad del conocimiento serán: el juicio necesario; el juicio de identidad; las ideas claras y distintas; y el principio absoluto. La totalidad de nuestra experiencia está unida a este mundo dinámico en el que vivimos, contingente y en proceso, encontrando su unidad y reposo en Dios. 

Al crear el mundo Dios expresó su infinidad a través de una gran variedad de cosas posibles. Siguiendo los principios modernos de interpretación de la realidad, fue una creación ordenada por la razón matemática. Cada sustancia individual implica en su concepto perfecto a todo el universo, cada sustancia creada ejerce una acción y pasión física sobre las demás. Ninguna sustancia creada ejerce acción ni influencia metafísica sobre las otras. Así, las causas serán solo requeridas como concomitantes. Con respecto al hombre, más precisamente al alma, todo lo que le suceda se corresponderá perfectamente con el cuerpo. Dios al crear pone de acuerdo todas las sustancias. 
Máquina de calcular de Leibniz

Cada sustancia es un mundo encerrado en sí mismo. A esto Leibniz lo llamó Mónada. La Mónada refleja en sí misma y según su punto de vista a todas las otras Mónadas. Todas son espirituales y dependen de Dios en su creación y aniquilación. 

La percepción es la representación de lo que es complejo o externo a las Mónadas en lo simple. Es la representación de impresiones recibidas clara y distintamente. La apetición es la tendencia de una Mónada por la que espera a pasar de una percepción a otra. De esta forma encontramos dos formas de Mónadas. La perceptiva, representativa de todo el universo, y la apetitiva, individualidad que se realiza en sí misma. 

Las sustancias compuestas se corresponden con una percepción centrada y finalizada en la mónada entelequia, el alma, capaz de cumplir los actos de reflexión (conocimiento), que junto con la mónada corporal forman al hombre. 

Con respecto a la libertad, en su grado más perfecto encontramos a Dios, cuya libertad consiste en no tener obstáculos para obrar del mejor modo posible. La libertad del hombre consistirá en romper las cadenas de las impresiones para procurar su perfecta autoidentidad en la búsqueda que hace el cogito de la verdad. El hombre opera a través de actos necesarios, cuyo contrario es imposible, y actos contingentes, cuyo contrario es posible, en un mundo que no es infinito ni perfecto sino que es solo el mejor mundo posible. Por lo tanto su libertad será limitada, no como la de Dios que está obligada a producir lo mejor. Es aquí donde queda abierta la cuestión del problema del mal. 

Comentarios

  1. Recomiendo Elajedrez de la filosofía (Plaza y valdés, 2010) y Los huesos de Leibniz (2015), del mismo autor: Francisco J. Fernández

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Jean-Paul Sartre, ser-en-sí y ser-para-sí

Agora (2009). Filosofía, religión y género.

El "ser para la muerte" en la filosofía de Martín Heidegger