El valor del tiempo y sus distintas experiencias


Aprovechad el tiempo que vuela tan aprisa; el orden os enseñará a ganar tiempo.”
Johann W. Goethe

Considerando las diferencias geográficas, históricas, y culturales entre los distintos pueblos que habitan la tierra, es casi una generalidad el hecho dual de considerar paradojicamente al tiempo como algo acotado a la vez que ilimitado. Quizás tenga también que ver con la edad del sujeto que reflexiona sobre este tema. No es lo mismo la concepción de tiempo que tiene un niño, que un joven, un adulto o un anciano. Las apreciaciones van cambiando, tal vez por dos cuestiones. Primero porque el tiempo naturalmente se va acabando, y lo segundo y más importante, el hombre, a medida que el tiempo “pasa” toma conciencia de que está “pasando”, y coloco entre comillas “pasa” porque el que pasa no es el tiempo por la vida del hombre sino el hombre por el tiempo.

En este tomar conciencia del “paso” del tiempo el hombre se da cuenta de que este no es algo de lo que dispone durante una duración prolongada, casi infinita, sino todo lo contrario. El tiempo es un recurso escaso. Y no solo esto, además no es renovable. Lo que pasó, pasó, lo dicho, dicho está, lo hecho también. Y lo que quedó en el pasado permanece fijado en la historia sin posibilidad alguna de cambio. Ahora bien, esto no implica que el hombre luego, consciente e intencionalmente cambie la interpretación de determinados hechos o simplemente los anule. Pero esa es otra historia.

El niño prácticamente no es completamente consciente del tiempo. Sabe que existe y su vida se encuentra marcada por él, pero no le preocupa al menos a largo plazo. Las preocupaciones del niño en relación al tiempo giran en torno a lo inmediato, como por ejemplo, que comer, que jugar, la prueba o tarea para el colegio, etc. 

El caso del joven es distinto. Comienza a tener una conciencia más profunda del tiempo. Es como si su experiencia del tiempo se acelerara a la vez que empiezan a recaerle sobre sus espaldas decisiones que afectarán su futuro. Al joven le ocurre algo curioso, a saber, le afecta el futuro a la vez que no puede aceptarlo. Quisiera ser libre para tomar todas las decisiones que quiera, pero esto le asusta. Es un niño-adulto que quisiera ser en algunas ocasiones más niño que adulto y en otras más adulto que niño.

El adulto ya tuvo que hacerse cargo de su tiempo y de las decisiones que ha tomado y continúa tomando. Le preocupa el futuro pero, en principio, está más organizado que el joven. Es común entre los adultos el uso de la agenda como una herramienta para aprovechar el tiempo lo mejor posible. Le preocupa la estabilidad o rutina y lo que subyace a ellas, es decir, la seguridad. Empieza a ser consciente...
...del gran valor que tiene el tiempo pero descuida su presente obsesionado por alcanzar aquella seguridad esperada. Como diría  Jean de la Bruyère: “Los niños no tienen pasado ni futuro, por eso gozan del presente, cosa que rara vez nos ocurre a nosotros”. El pasado y el futuro, el recuerdo y la expectativa, generan ansiedades en el adulto que dificultan su vivir plenamente en el presente. En palabras de Gustave Flaubert: “El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He aquí por qué siempre se nos escapa el presente”.

Las edades o grados de la vida del hombre y su fin sobre la tierra.
Finalmente está el anciano. Para él el tiempo prácticamente es ya pasado y es consciente de esto. Como contrapartida a esta conciencia está también el saber que se ha vivido, que se han hecho y logrado cosas a lo largo de su vida lo cual aplaca la ansiedad que generaba en edades anteriores la expectativa del futuro. Esto no significa que no tenga preocupaciones, pero fruto de sus muchas experiencias las puede afrontar desde otro lugar, más tranquilo y relajado. El anciano se ha imbuido en rutinas que le dan seguridad pero, es aquí donde aparece una característica llamativa de la apreciación del tiempo en los adultos mayores, esta es, su despojo, es decir, el brindar su tiempo y la sabiduría que ha conseguido por medio de la experiencia a las generaciones más jóvenes de manera totalmente desinteresada.

Podríamos inscribir lo dicho hasta el momento dentro del registro existencial de las experiencias del tiempo de acuerdo a la edad. La conclusión que podríamos sacar de esto es el valor excepcional que posee como recurso escaso. Al principio de nuestras vidas disponemos de un stock de tiempo que debieramos atesorar celosamente.

Ahora bien, no somos seres solitarios sino que vivimos con otros. En este vivir con otros compartimos, no solo lugares, espacios físicos, sino también tiempo. Afectamos el tiempo de los otros y los demás afectan nuestro tiempo. Nuestros tiempos se entrecruzan y es muy importante tener en cuenta esto. Nuestro tiempo, es NUESTRO tiempo. El mío y el de los demás. Y el mío es tan valioso como el de los demás. Por esto es que es esperable socialmente, por ejemplo, la puntualidad. Que los trenes lleguen a horario, que los semáforos marquen el ritmo del tránsito, que el trabajo tenga un horario determinado, etc., no es casual sino que son la posibilidad de orden, de tiempo común y de optimización de este tiempo. En cualquier trabajo no solo se tiene en cuenta, a la hora de valuarlo, el producto obtenido sino también el tiempo que ha demandado realizarlo. El tiempo vale, NUESTRO tiempo vale, el propio y el ajeno. Napoleón Bonaparte supo decir: “Podéis pedírmelo todo, excepción hecha de mi tiempo”.

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