De Heráclito a Platón. Un recorrido hacia la inteligibilidad del ser

“El logos nutre la mente con hermosas palabras y reflexiones, cuando ha llegado a concebirse a sí mismo, desde sí mismo...” Emilio LLEDÓ - El surco del tiempo. Meditaciones sobre el mito platónico de la escritura y la memoria.

En los albores del pensamiento occidental encontramos a Heráclito quien, con su filosofía, nos introduce en el problema del mito y del logos, de la díada logos-fuego. El hablaba de un logos que profería o ponía en evidencia el mito a través del órgano comunicativo que es el poeta-filosofo. Y así, nombrando la physis, el mundo natural o multiplicidad, representada en el principio fuego, principio a la vez constructivo y destructivo, nombraba el fundamento de la realidad. La gran diferencia existente entre el mito y el logos según Heráclito sería que el mito está inmerso en el logos pero el mito es anterior al logos y, si se quiere, se manifiesta o se pone en evidencia a través de él. Mientras que el logos se construye, es el medio para proferir el dinamismo del cosmos. Cosmos que cambia constantemente gracias a la fuerza constructora y destructora del fuego. Ahora bien, en este camino de develación o comunicación del logos, se da lo que Heráclito llama, la circularidad cósmica de la díada logos-fuego. Camino que es ascendente y descendente en la manifestación o descubrimiento del fundamento de la realidad.

Hasta aquí llegamos con Heráclito, el filósofo de la interioridad. Otro será el caso de Parménides que dará un paso más. El del logos al Ser. Paso tan grande que no tuvo otra alternativa que abismarse en este último para nunca salir de él.

La clave de Parménides, a nuestro entender, es la mismidad. Todo es Ser, porque lo que no es Ser, nada es y como la nada no es, lo único que nos queda por lo tanto es el Ser. Por consiguiente todo es Ser.  Luego, siguiendo con la misma lógica, pensar es igual a Ser porque la nada no se puede pensar ya que nada es, y lo único que es, es el Ser, por ende Ser y pensar son lo mismo.

Para llegar a estas conclusiones Parménides hace un camino especulativo y espiritual comparable a las experiencias de los grandes místicos, abismándose en el Ser. Para, a partir de esta experiencia, poder narrarla o proferirla. Este recorrido va desde la physis que nos remite a lo múltiple, al mito, para ascender al logos y por último llegar al Ser, la unidad. Una vez instalados en el Ser ya no es necesario volver a la physis, porque es Ser, ni al logos porque es Ser, ni al mito porque también es Ser. La palabra-mito se calla ante la palabra-logos que habla ya no de lo múltiple sino del Ser, del todo y lo mismo.

Es así como luego de haber contemplado el Ser, profiere su inteligibilidad a través del logos y relega de esta manera todo aquello que no es racional. Es por esto que queda relegada o anulada toda teofanía. Por la mismidad entre el Ser, el pensar y la expresión de la inteligibilidad del Ser, que es aquello que se puede pensar. La expresión mítica de la teofanía fue un paso necesario para cumplir el ascenso a la mismidad del Ser. Mas una vez instalados en ella, todo lo demás...
...queda asumido o asimilado en dicha mismidad. Es así como Parménides deja de ser poeta para ser filósofo, y la filosofía, cortando su vínculo con las musas, comienza a ser obra de la razón. Obra que consiste en proferir la inteligibilidad del ser.

Platón, ya instalado de alguna manera en el campo de la razón, nos habla de la escritura y de la memoria. Para tratar este tema utiliza el  mito egipcio de la escritura, en el cual el dios Theuth da al rey Thamus, entre otras cosas, las letras, con la promesa de que hará a los egipcios más memoriosos. Sin embargo Thamus replica al dios diciendo que no provocarán las letras tal efecto sobre los hombres sino más bien producirán olvido y descuido de la memoria pareciendo sabios sin serlo.

Hasta este momento hemos hecho el recorrido del pensamiento occidental del mito al logos y del logos al Ser. Ahora Platón nos presenta dos problemas: el de la escritura y el de la memoria.

La escritura o logografía reproduce o remite a un espacio ideal, a la abstracción de lo real, a las ideas, al pensamiento. Caso distinto el de la pintura que hace referencia al espacio real o mejor dicho sensible. No obstante frente a ambas, palabras e imágenes, se produce un firme e interminable silencio cuando se las interroga. La diferencia radica en que las imágenes impactan a nuestros ojos mientras que las palabras, al leerlas, las transformamos en voz. Voz que puede ser exteriorizada en sonidos o porque no también voz que es interna, del alma. Lugar donde el logos a través de la dialéctica se va aproximando al Ser en un camino ascendente de lo sensible a lo inteligible, de lo múltiple a lo uno.

Lo que está escrito, escrito está. Es así el carácter atemporal que tiene la palabra escrita, la logografía, que naciendo desde la parcela temporal o el latido monocorde de su autor, salta al tiempo infinito, a la historia que la recibe y la cobija para toda la humanidad, convirtiéndola a la vez de todos y de nadie. He aquí la orfandad de la palabra que es adoptada y revivida por cada lector que a lo largo del tiempo las lee, las incorpora a su conciencia poniéndolas en diálogo con ese logos, y se convierte en intérprete y tutor de esas palabras.

Los símbolos gráficos sin ser pronunciados son solo gráficos. Mas una vez proferidos por la voz humana, son dotados de vida, de Ser. La clave está en el sonido que es aliento, que es aire que se articula en el tiempo a través del cual se abre el mundo al conocimiento, a la razón del hombre, y así se va constituyendo la conciencia del mismo. Gracias al lenguaje el hombre puede develar (legein), puede bien decir (eú legein) la realidad o su fundamento.
Para Platón la unidad y fundamento de lo real no está en este mundo. Mundo de lo sensible, de lo múltiple, del cambio y del movimiento. Más real que esto es el eidos, el mundo ideal, en donde se encuentran las ideas y en donde estas hallan su unidad en el sumo Bien.

Una vez dicho esto, es necesario hablar de la memoria o reminiscencia platónica. En una primera instancia la memoria es el recuerdo de la contemplación de las ideas en el eidos, es decir del fundamento de la realidad. Dicho de otro modo, del mundo sensible. Ahora bien, la reminiscencia es el acto por el cual el alma ve lo inteligible en lo sensible gracias a la memoria.

En este proceso de recordar a partir de lo sensible lo que el alma contempló en el eidos, se da el dinamismo o diálogo interior del alma movilizado por las letras, para llegar a las ideas fuera del tiempo, en definitiva al eidos.

A través de la memoria traemos al presente aquello que una vez vimos o supimos y que ahora hemos olvidados. Pero no puede ser sino dinámico este proceso ya que nosotros mismos, sumergidos en el tiempo, en este mundo sensible, estamos sujetos al movimiento, mientras que las ideas están fijas e inmóviles. Y el lugar en donde se develan estas ideas es en el logos que una vez escrito espera que un alma lo exprese y lo  traiga a la vida, al ámbito del aliento, del suspiro y del latido.

La memoria ayuda al hombre a despertar del sueño en el que está inmerso para despertarse al diálogo develante del logos que no hace otra cosa que proferir el fundamento de la realidad, el Ser.

En el telar del lenguaje se va tejiendo la vida, vida que pone de manifiesto al logos lleno de significado y en última instancia al Ser. Ser que se revela misteriosamente a sí mismo en el complicado entramado del logos y a través de este se profiere. Es así como el filósofo-poeta divisa el Ser revelado entre las finas fibras de la trama del logos que deja entrever dicho Ser, para que una vez abismado, el logógrafo lo imprima en caracteres y le dé el carácter de intemporal y universal.

Hasta aquí todo bien, pero acertada fue la réplica de Thamus al dios Theuth.

“Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que fiándose de lo escrito llegaran al recuerdo desde afuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos”.

Podríamos decir nosotros que una cosa es la memoria cuando nos alcanza la vejez y en donde la escritura es realmente un fármaco que nos ayuda a recordar y nos salva de la muerte del olvido. Y otra cosa totalmente distinta es la que plantea Thamus. A nuestro entender, el peligro al que hace referencia es al de los jóvenes, que sin necesitar de la escritura para recordar, apelan a esta, convirtiendo al saber en un reflejo inerte de aquello que una vez escucharon sin aprender, manteniéndose ignorantes y convirtiéndose en sabios aparentes. En última instancia, necios que han olvidado que el saber da cuenta de aquello que refleja, porque en el dinamismo interior del alma, en ese diálogo interno del logos se logra conocimiento, se recuerda una idea, se aproxima al Ser. Ya que el saber es un conocimiento de lo justo, de lo bello y de lo bueno.

Que trágico ha sido para el pensamiento occidental y a fin de cuentas para toda la humanidad, que adoptando muchos rasgos de este pensamiento, se hayan rendido en los brazos de la escritura, dándole la razón a Thamus y olvidando así los límites de la razón, olvido que es peor que la muerte real ya que es la muerte o vaciamiento de la razón. Los límites de la razón no son más que la propia razón del hombre mismo y que, una vez olvidados estos límites, dan libertar a la razón de producir monstruos. Ya no hay nada que la frene y la detenga. De allí la imagen de Goya al principio del post, El sueño de la razón produce monstruos.

Sabia era la sentencia del oráculo de Delfos. “Nosce te ipsum” (conócete a ti mismo). Justo, bello y bueno sería que el hombre se acuerde de estos límites y se conforme con aquello que nuestra razón alcanza. Aquello que misteriosamente se nos devela y que proferimos a través del logos. Es decir, el Ser. Y fuera de él nada hay por lo tanto callemos y allanemos el camino para que él se manifieste.

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