Cultura y alteridad

Comencemos diciendo qué es cultura y qué no lo es, para luego ver de qué se trata la noción de alteridad y cuál es la relación que, a nuestro entender, se ha tornado problemática en los debates interculturales, pero sobre todo en las praxis sociales cotidianas. 

El término cultura proviene del latín y originalmente significa cultivar, haciendo referencia en este contexto al cultivo de las capacidades humanas. Históricamente se la ha contrapuesto al estado de naturaleza, de allí que se corresponda con aquello que es por convención o ley. La cultura puede ser entendida como el conjunto de todo lo que el hombre aprende y transmite a lo largo de la historia por medio de la sociedad. Es el mundo del hombre que tiene sentido solo para él. En consecuencia, la cultura es una construcción histórica, una reserva de sentidos, que se va haciendo a partir de las relaciones entre los distintos sujetos que la componen, es decir, a través de la intersubjetividad de los procesos sociales por medio de acciones y representaciones tanto concretas como simbólicas. 

Como resultado de la aplicación del así llamado proyecto moderno la cultura fue considerada como una totalidad cerrada, identificable a un territorio, grupo étnico, o lenguaje determinado. No obstante, las culturas son controvertidas, híbridas. La diversidad es algo inherente a las mismas ya que, si decimos que la cultura es una construcción histórica, debemos suponer heterogeneidad y complejidad. El problema subyacente a esta cuestión será, en consecuencia, la identidad y la diferencia, el “nosotros” en contraposición a los “otros”. (Palacio, 2011: 157) Del conflicto que surge a partir de la diferencia, de la alteridad de los “otros” frente al “nosotros”, se encargarán los estudios culturales. 

Según Alabarces, los estudios culturales surgieron del encuentro entre varias disciplinas, entre las cuales podemos mencionar a la literatura, la sociología, la historia, la lingüística, la semiótica, la antropología y el psicoanálisis, entre otras. (Alabarces, 2002: 85) La interdisciplinariedad de los estudios culturales está enfocada no solo en analizar la producción, transformación y estructura de los bienes culturales, sino también en...

... mostrar la dimensión política de los debates vinculados a las democracias y al estrecho rol de las culturas populares en el proceso de democratización contrapuesto al de hegemonía. Dicho con otras palabras, a la riqueza de la alteridad y la diferencia en contraposición a la hegemonía de la identidad y del poder. 

Esta asociación y asimilación entre cultura y poder se muestra claramente en la modernidad a partir de la identificación, a la vez que tensión existente, entre los conceptos de cultura y civilización. Entendiéndose, de esta manera,  la cultura como aquello que es popular, expresión del “espíritu” de un pueblo determinado. (Benhabib, 2006: 22) Por otro lado, la noción de civilización es comprendida en referencia a los valores y prácticas compartidas por muchos pueblos y, por lo tanto, que trascienden la individualidad de cada uno. (Benhabib, 2006: 23) Un ejemplo de esto podría ser la cultura española y la cultura francesa, cada una con sus particularidades propias, en contraposición a la civilización, digamos, occidental, caracterizada por su homogeneidad, su reproductibilidad, a la vez que falta de originalidad y durabilidad. (Benhabib, 2006: 24) No obstante, cultura y civilización comparten algo, esto es, su diferenciación de la naturaleza como construcciones o productos de la praxis humana. 

El hombre ha creado cultura y ha transformado el mundo simplemente desde que existe. Podríamos rastrear los orígenes de nuestra cultura occidental hasta los comienzos de la era cristiana, sin embargo, hay ciertos rasgos característicos que nos obligan a detenernos en la modernidad. Rasgos propios de nuestra cultura contemporánea que habrían sido impensados o injustificables en otras épocas.


Sin ánimos de entrar en demasiados detalles sobre la modernidad, asunto que ya hemos tratado en otras oportunidades, digamos que es una época caracterizada por un sujeto que se identifica con una razón que pretende ser autónoma, independientemente de los fundamentos irracionales que el mismo sujeto y su propia razón encuentran en su justificación y legitimación. El solipsismo, expresión del problema de la incomunicabilidad de las sustancias planteado ya por Descartes, es el resultado de fundamentar al sujeto y a su razón en el principio de identidad, principio a través del cual se asimila la totalidad de lo real o inevitablemente se elimina, o en el mejor de los casos se excluye lo “otro”. El producto natural de este estado de cosas es el conflicto, la dominación, la opresión y exclusión, la discriminación y finalmente, la aniquilación de lo diferente. (Habermas, 2008: 48)

Sin embargo, la modernidad misma como proyecto cultural genera, inevitablemente, alteridades que, “…en nombre de la razón y el humanismo, excluye de su imaginario la hibridez, la multiplicidad, la ambigüedad y la contingencia de las formas de vida concretas”. (Castro-Gómez, 2002: 145) La razón moderna tiene como finalidad, precisamente, eliminar las diferencias y es en esta finalidad llevada al extremo, y materializada, por ejemplo, en las Guerras Mundiales y en los totalitarismos del siglo XX, en donde la Modernidad encuentra el comienzo de su decadencia. 

Fue el propio Estado moderno quien, enunciará Benhabib, desnaturalizando masivamente a las minorías indeseadas que recaían en lo “otro” de la razón, creó millones de refugiados, deportados y como los denominaría Arendt, apátridas o sin patria. Esta misma autora nos dice: “No nacemos iguales; nos volvemos iguales como miembros de un grupo basados en nuestra decisión de garantizarnos mutuamente derechos iguales”. (Benhabib, 2004: 52) La pérdida de los derechos, entre los que se encuentra uno tan fundamental como el de igualdad, es una de las consecuencias ineludibles, y por lo tanto necesarias, de la desnaturalización o “desnacionalización”, dicho en otros términos, de la pérdida de la ciudadanía. 

El ocaso de la época moderna lleva inexorablemente a la crisis de un sistema y de una forma de entender al poder y a la constitución de lo “otro” y de los “otros” a partir de una “lógica binaria”, dirá Castro-Gómez, que elimina de antemano toda posibilidad de algo diferente, heterogéneo y distinto. (Castro-Gómez, 2002: 145) Según este mismo autor, la globalización reemplazaría, en alguna medida, al proyecto moderno cuando el Estado nacional pierde la capacidad para organizar la vida social y material de las personas caracterizadas por una pluralidad de identidades diversas. (Castro-Gómez, 2002: 155) Y el “problema” sería, entonces, la alteridad, cuestión que abordaremos en otro post.

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Bibliografía citada

ALABARCES, Pablo (2002) “Estudios Culturales”. pp. 85-89; en ALTAMIRANO, C. Términos críticos de sociología de la cultura. Bs. As.: Paidós. 
BENHABIB, Seyla (2006) Las reivindicaciones de la cultura: igualdad y diversidad en la era global. Bs. As. Katz.
CASTRO-GÓMEZ, Santiago (2002) “Ciencias sociales, violencia epistémica y el problema de la ‘invención del otro’”. pp. 145-161; en LANDER, E. (comp.) La colonialidad del saber. Bs. As.: Clacso.
HABERMAS, Jürgen (2008) El discurso filosófico de la modernidad. Bs. As.: Katz.
PALACIO, Marta (2011) “Problemas filosóficos de las ‘identidades culturales’”. pp. 153-164; en Sociedad Argentina de Teología, Identidad, culturas, imaginarios. La Argentina del bicentenario: una realidad para pensar también teológicamente. Bs. As.: San Benito. 

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