Søren Aabye Kierkegaard, el filósofo de la angustia

Filósofo y teólogo danés nacido de una familia adinerada en la ciudad de Copenhague el 5 de mayo de 1813 y fallecido en el mismo lugar el 11 de noviembre de 1855. Su pensamiento, al igual que el de Nietzsche, surge como reacción a la “totalidad” del pensamiento hegeliano. En su juventud tuvo una marcada formación humanista y religiosa siendo instado por su padre a convertirse en pastor. Es considerado el padre del existencialismo. Su filosofía influyó el pensamiento de autores como Sartre y Heidegger, entre otros.

Kierkegaard juzgó erróneo el intento de Hegel de compatibilizar la filosofía y el cristianismo, tornando a este último en una manifestación del Espíritu Absoluto, aborreciendo todo sistematización y por consiguiente oponiéndose radicalmente al hegelianismo. De esta manera buscó fundamentar su pensamiento espiritualmente, autodenominándose como un autor religioso. Dirá que la fe no es solo objeto de conocimiento sino también materia de vida. La verdad es aquello que es de y para la vida siendo el auténtico problema de la filosofía la cuestión interior del propio “yo” individual. La misión de la filosofía será el esclarecer el significado personal, el conocimiento de la propia condición y destino.

La existencia es lo único real para este autor. La razón abstracta es incapaz de captar esto. Así es que toda realidad es particular, individual y finita, careciendo de existencia lo general y universal. Propone como alternativa a la dialéctica hegeliana “lo uno o lo otro”. Si la verdad es existencia no puede albergarse en un sistema. El hombre necesita encontrar la verdad de su propia existencia ya que la verdad es subjetividad. La verdad se encuentra ligada a la vida en oposición a la lógica; es particular, concreta e individual al igual que la existencia. Al ser vida no afecta el contenido objetivo de la verdad expresando a la vez su carácter vital. El sujeto no solo conoce la verdad sino que también la abraza y se compromete con ella.

La verdad religiosa es el arquetipo de toda forma de verdad definiéndose por su carácter subjetivo. Es la verdad del sí mismo, siendo la propia existencia no objeto de contemplación sino de realización. El autor entiende existencia como subjetividad o camino hacia la subjetividad, como interiorización progresiva del sujeto que se hace consciente de su singularidad y de su destino como individuo.

El hombre es plenamente existente cuando trasciende el anonimato de lo general, de la masa y toma sobre sí, con responsabilidad y determinación, el peso y la dirección de su vida. En esto consistirá para Kierkegaard la existencia auténtica: el ser uno mismo en todos sus actos. Otro es el caso de la existencia inauténtica. En esta última el hombre se convierte en un ser anónimo, ignorante de sí mismo, no solo cuando vive disuelto entre los otros sino también cuando se vuelca al conocimiento de la infinidad de objetos, tornándose en un observador o puro contemplador objetivo. La verdadera humanidad consistirá, para este pensador, en ser cada vez más individuos.

Ahora bien, la existencia más auténtica de todas, la más acabada, será la relación del hombre con Dios, ya que en ella el hombre se encuentra...
...máximamente individualizado. El hombre es esencialmente un “ser ante Dios”. Existir es existir ante Dios. Y es allí donde el hombre alcanza su verdad, no al contemplarla sino al saberse contemplado en su más íntima y profunda individualidad por Dios. 

Kierkegaard propone en su filosofía tres estadios de la existencia, a saber, el estético, el moral y el religioso. Entre el estadio estético y el moral se encuentra la desesperación y la angustia siendo necesario un salto entre un estadio y otro a través de la adquisición de obligaciones, mientras que entre el estadio moral y el religioso se encuentra la angustia del pecado cuyo salto consiste en un acto de fe.

En el estadio estético el hombre está vertido hacia afuera desplegándose constantemente de su sensibilidad. El hombre se encuentra en un estado de autodispersión atento a lo superficial y externo. Solo busca el goce y el placer, la constante variación y la ausencia de todo compromiso y constancia. Es incapaz de comprometerse y se define por la inmoralidad de lo superficial e indefinido.

Al estadio moral se llega por medio de la decisión de adoptar un compromiso. El hombre asume, de esta manera, principio morales generales, entre los cuales el matrimonio, dirá el autor, representa la estabilidad y la constancia del compromiso. Busca la felicidad en la realización personal del imperativo ético pero se encuentra condenado a ser incapaz de realizar perfectamente dicho imperativo ya que la conciencia de pecado le imposibilita toda atisbo de felicidad.

Finalmente, al estadio religioso se llega por medio de un acto de fe. El hombre se arroja a la fe y con este acto afirma a la vez su pecado y la causa de su salvación. Se satisface su anhelo de infinitud en la relación con la persona infinita, Dios, alcanzando su auténtica existencia individual, es decir, su “ser ante Dios”.

El principio motor de este proceso o movimiento de un estadio al otro no es el desenvolvimiento de la idea como en Hegel sino la decisión libre y particular del individuo. El fin es la realización plena del individuo y no la posición absoluta del infinito superador de toda oposición o diferencia.

La angustia es un elemento indispensable para comprender este pensador, no solo porque marcó su carácter y su forma de ser y de vivir, sino también porque jugó un papel importantísimo en su filosofía. La angustia es una condición interna, podríamos decir un a priori, que precede al salto de un estadio al otro. No es la causa del salto o la decisión pero si se encuentran relacionadas ya que en cada salto se pone en juego o se compromete la propia libertad. Kierkegaard define a la angustia como el “deseo de aquello de lo que se tiene miedo”. Es el vértigo de la libertad cuando el hombre quiere ser libre pero encuentra la posibilidad del pecado y de la culpa. La única y máxima salida que este pensador encuentra es el salto de fe. Máxima porque este salto produce la más grande angustia ya que es un salto al vacío, es la renuncia de la propia libertad y el absoluto abandono en la libertad divina. Quien no puede dar este salto cae en la desesperación y he aquí la enfermedad mortal que Kierkegaard observa en sus contemporáneos.

Kierkegaard dirá que cree porque es absurdo creer (credo quia absurdum) ya que la razón no es el camino hacia Dios. En el acto de fe interviene exclusivamente la voluntad sin intromisión alguna de la inteligencia. Para él la fe es la aceptación sumisa en la completa perplejidad, el abandono absoluto del hombre, la culminación existencial y el compromiso total, la determinación suprema de su existencia. La verdad de fe es plena determinación, plena subjetividad, compromiso incondicional y entrega total del sujeto.


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