La resignificación de la política

Podríamos abordar la cuestión, al menos, desde dos perspectivas distintas. Por un lado, desde la resignificación de lo qué es o se entiende por política y, por otro lado, desde las nuevas y no tan nuevas maneras de comprender los objetos de las prácticas políticas. Comencemos por lo que se entiende por política para luego pensar algo sobre sus prácticas.

Aquello que sea la política es susceptible de ser rastreado desde el mismo origen del hombre hasta nuestros días. Desde que el ser humano se agrupó con otros hombres surgió la política. En la Antigüedad se consideró al hombre no sólo como un ser que hacía política sino antes bien como un ser que era esencial y naturalmente político. Pensemos, por ejemplo, en Aristóteles y su concepto de zoon politikon o animal político para definir al hombre. Un hombre que no posee igualdad, observándose distintas clases de hombres entre las cuales podemos nombrar a los hombres libres y a los esclavos, entre otras. El fin u objeto de la política para Aristóteles no será otro que la felicidad, inalcanzable en soledad. En la Edad Media, Santo Tomás de Aquino comprendió al hombre como animal sociale o animal social, una traducción del zoon politikon de Aristóteles, caracterizando al hombre como naturalmente dispuesto a la vida en común con otros hombres, pero creados en igualdad de condiciones por Dios, a diferencia de Aristóteles. El fin de la política para Santo Tomás consistirá en la salvación de los hombres, en la civitas dei o ciudad de Dios como la entendía San Agustín. En última instancia el fin será Dios entendido como soberano Bien.

Hasta este momento de la historia de la humanidad en general, y de la comprensión de la política en particular, es relativamente simple la cuestión, es decir, la fundamentación, explicación y ejercicio de la política. El principio de los griegos era el cosmos, entendido como un todo ordenado, y la política, cuya concreción era la polis, debía ser un reflejo de ese orden cósmico que posibilitara la felicidad de todos los integrantes de dicha forma de agrupación humana. Para los medievales el principio fue Dios, y la política al igual que las demás ciencias se fundamentaron en Él. Dios es comprendido como origen del hombre, el hombre como un ser naturalmente social que debe instaurar el Reino de Dios en la tierra, en vistas a la salvación de todo el género humano, a través del acercamiento al Bien, en otras palabras, a Dios mismo. Otro fue el caso de los intentos de reflexión en torno a la política que precedieron a estas cosmovisiones.

La pregunta que se hicieron los pensadores de la modernidad fue, ¿cómo fundar y fundamentar el poder político en algo distinto de la divinidad y del orden natural? ¿Cuál sería el principio que inauguraría una nueva forma de comprender la política? La respuesta que encontraron fue a primera vista simple aunque compleja en sus consecuencias. La solución fue en el sujeto y más particularmente la razón. La política, la ética, la filosofía, la ciencia, y los demás ámbitos de reflexión humana fueron fundados, a la vez que fundamentados, en la razón humana. El fin de la política dejó de ser la felicidad, la perfección o la salvación del hombre y pasó a ser...
...la supervivencia. La concentración de capital y, por sobre todo, de poder. Para esto fue necesaria la organización de la sociedad en orden a la eficiencia, es decir, a la obtención de los más altos beneficios al menor costo posible. Se produjo la metodización de la vida y surgió la producción y reproducción en serie, no solo de bienes materiales sino también de bienes culturales. En la práctica los ideales de libertad e igualdad pregonados por la Ilustración quedaron condicionados a las reglas del mercado, y más precisamente a los intereses particulares de unos pocos. Los medios se convirtieron en fines y los fines en medios. Y esto nos conduce a un punto fundamental para la comprensión de lo acontecido en la política en la Edad Moderna. En la modernidad se trocó bien común, y por lo tanto felicidad, realización o salvación social o comunitaria, por interés particular y su consiguiente felicidad o satisfacción individual. Se cambió cooperación por competencia. Y como resultados necesarios, la dominación, la conquista, la manipulación y la opresión tanto de la naturaleza como de los demás sujetos. Vale aclarar que si bien todo esto sucedió en las edades anteriores, en esta época es posible justificarlo racionalmente.

Dado este panorama del que somos herederos, la pregunta que podríamos hacernos hoy es la siguiente: ¿como fundar y fundamentar el poder político en algo distinto de la razón del sujeto comprendido a la manera de la modernidad? La respuesta que aparece es justamente algo distinto de ella, algo no racional, lo otro de la razón, lo absolutamente otro, pero no lo contrario. En la práctica este intento de justificar la política desde una perspectiva de análisis diferente al planteo moderno, por cuestiones que no desarrollaremos aquí pero que hemos tocado en otros post de este blog, ha llevado a la política a transformarse en una herramienta, en un medio para la dominación y el enriquecimiento individual. En otras palabras, para la concentración de poder y capital.

Esta forma de comprender a la política en nuestros días por los “políticos” que nos gobiernan ha llevado a resignificar los objetos de las prácticas políticas. Con esto queremos decir que se les otorgan, se transforman, se manipulan y se crean sentidos a elementos que son constitutivos tanto de la política como de la sociedad y la cultura en general. Por ejemplo, se reescribe la historia con fines meramente particulares, en vistas a la acumulación y perseverancia en el poder. Esto no es nuevo, lo novedoso es la impunidad y la claridad con la cual lo llevan a cabo. Otros ejemplos podrían ser la manipulación de la información, más concretamente de los medios de comunicación; la transformación de la legislación a través de la derogación, rectificación y/o creación de nuevas leyes; la propaganda política como medio de tergiversación de la realidad; y por sobre todo la corrupción. Las virtudes de un buen “político” son la mentira, la manipulación, el engaño, la persuasión y la diplomacia. Pareciera que han de tener la suficiente inteligencia para poder sacar lo positivo, para su propio beneficio, claro está, de cualquier situación, aplicando el refrán popular de “lo que no mata engorda”. Pero por sobre todas las cosas es movilizar a los demás desde la emotividad, mostrar soluciones más allá de que sean reales o no. Alimentar una ficción de bienestar mientras que ellos la viven verdaderamente a costa de los demás. En fin, lejos quedó, al menos, el bien común.

Ahí me parece que está el desafío de nuestro tiempo, en poner como principio el bien común y comenzar a construir desde allí una sociedad más real, y por lo tanto, más justa, más igualitaria y más libre. En el proceso no podemos obviar a la razón, pero seguramente deberemos elegir cuidadosamente que faceta o comprensión de ella. Deberemos prestar muchísima atención a la historia, a la verdadera o por lo menos a la menos viciada de intereses particulares, para aprender de los errores pasados. La ignorancia cómoda, el sinsentido, la apatía y la falsa sensación de bienestar son los principales males de nuestra época, y la política no podía estar ajena a esto. Todo lo contrario, unos cuantos vivos lo están capitalizando. Y estos vivos hoy en día se hacen llamar “políticos”, en otros tiempos los llamaban aprovechadores.

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